jueves, 22 de agosto de 2019

LA POKEVOLUCIÓN DE QUENTIN


ÉRASE UNA VEZ…TARANTINO

Como cualquier fan de Tarantino, fui a disfrutar de su última creación sin la necesidad de buscar algo definitivo. Seguro que aparecería algún toque magistral para justificar el precio de la entrada. No esperaba el artilugio de orfebrería que me cayó en el regazo y de tan inesperado todavía no me lo creo. Una da por sentado los diálogos trepidantes, coreografía de disparos y bofetones, personajes de póster, una estudiada banda sonora…vamos, aquello que ya nos había mostrado, cambiando un poco el género y colocando alguna de sus filias cinematográficas. Aquello por lo que hasta el momento sólo ha conseguido el Óscar al mejor guión en repetidas ocasiones.



Pero “Érase una vez…en Hollywood” no tiene clasificación posible. Es tarantiniana pero no pertenece al grupo anterior. El director se vuelve conceptual, rompiendo el hilo de la narración (algo que sí aparece desde Pulp Fiction) pero escena a escena. Si uno se queda con la composición tradicional, creerá que no está pasando nada, cuando, tal vez, sea la película más repleta de contenido de toda su trayectoria. El cine conceptual al que hace referencia eclosiona en las décadas de los 60 y 70. Incluso se ríe de los tintes psicoanalíticos de muchas de las cintas de la época en la primera escena, donde la sonrisa descomunal del póster de Rick ocupa toda la pantalla durante cierto lapso de tiempo. Es el YO dilatado y en declive del protagonista (y el yo in crescendo del intérprete, di Caprio, en contraposición), el YO del propio director, el de Polanski, el de Tate, el de Marvin (Al Pacino en su esplendor), el de Manson, el de Cliff el especialista, el seguro de sí mismo, el del pasado truculento, el vivo hoy y ya veremos mañana (el gran protagonista para muchos) y el del mismo Brad Pitt, que se niega a envejecer.

Empieza la película y ya estás preguntándote por qué permaneces ahí parada, anclada en algo que no va ni para atrás ni para delante (la vida y la visión estancadas de Rick). Entonces llega Cliff con su verdadera sonrisa e inicia al son de la música este extraño viaje hacia lo desconocido. Al inicio también aparece otro guiño por si todavía andas esperando una película convencional. Es una escena de Sharon subiendo una escalera de caracol y, un poco después, en otro lugar, un niño sube otra escalera de caracol en una toma calcada a la anterior. Ha pasado tan cerca una de otra que permite tener un dejà vu: la película va a estar cargada de pistas. Y no defrauda.



En primer lugar, se ríe de sus ídolos. El público espera ver un homenaje a Bruce Lee. Asistir a su lado payaso, el de la fama subida como un suflé y, sobre todo, verlo vencido y apabullado, es puro Tarantino. Del mismo modo que en “Abierto hasta el amanecer” (guión 100% Quentin) estás siguiendo una película de asesinos que, de repente, son asesinados por otros mucho peores y del todo inesperados, igual de gamberro es semejante enfoque de las estrellas de su infancia. Juega con ellas mientras derrumba las expectativas del público. La familia se ha quejado. Más de un fan lo habrá hecho. Tal vez se les olvide la escena de Bruce y Sharon al puro estilo Kill Bill, donde él ejerce de maestro, de Shaolin. No se trataba de lo que pasó históricamente, cuando Polanski le echó la culpa de los asesinatos. Es que eran Lee y Tate en un videojuego de Matrix.



Ella es recordada de forma truculenta y Tarantino consigue borrar la visión ensangrentada de su barriga para sustituirla por la de la chica feliz, encandilada y bailona, ajena a la tragedia, dorada e intacta. Revirtió el proceso de despersonalización que el público generó al considerarla el cadáver de la mujer de un famoso para llenarla de vida propia. Lo contrario a la despersonalización debería tener un nombre. Lo que se ha hecho en esta película con Sharon debería tener un nombre. Como no lo tiene, resulta tan difícil de describir.

Por último, en cuanto a “personalidades y expectativas”, la gente buscaba que Manson fuera el villano protagonista y sus ideas acaban ridiculizadas de la mejor manera posible. Lo que debe ser destruido, como los vampiros, los nazis, las sectas asesinas…es su blanco perfecto.



Las referencias al spaghetti western son inevitables. Las reticencias de Rick a trabajar con directores italianos son las propias de los críticos aferrados a John Ford como el palo a la fregona. Su evolución posterior es una directa a la yugular. La mención a Sergio Corbucci, la ubicación en Almería, el título de “Érase una vez…” de Sergio Leone, el plano del ojo rabiosamente azul bajo el ala del sombrero a lo Terence Hill…es un desfile de recuerdos. Sin embargo, tampoco desprecia el western clásico (que ya aparece en otras películas de Quentin, como en la escena inicial de “Malditos Bastardos”). Le rinde homenaje a su modo, subiendo a caballo al antihéroe (el asesino Tex Watson) con un paródico al igual que hermoso recorrido al galope como alma que lleva el diablo.





Quentin habla de 1969 como una entrada al nuevo cine de los 70, y éste aparece en forma de parches, de manchas sobre el dorado escenario de un tiempo que se esfuma, y para ello cito la oda de Wordsworth que lee Natalie Wood en “Esplendor en la hierba” de Elia Kazan (1961):
“Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo”



Los setenta rompieron las formas, los contenidos, la manera de narrar historias, dándole al lenguaje visual una mayor importancia respecto al diálogo. Se pueden decir muchas cosas en silencio, algo que ya explorara Alfred Hitchcock pero que alcanza su apogeo en este momento. Vemos a Tate y Polanski repetidamente (el dejà vu) corriendo en un coche deportivo descapotable. Es una composición extraña: parece como si el vehículo se hubiera colocado artificialmente sobre el fondo yendo a velocidad de crucero (la de sus respectivas carreras). Sus dos cabezas y estaturas desiguales conforman una pareja muy peculiar. Esa extraña combinación de artificio, velocidad y destino macabro aparece en un film que va a impactar en el imaginario de toda una generación gracias a un director en pleno apogeo: Stanley Kubrick. En “La naranja mecánica” (1971) el coche de los druguitos surca el espacio en busca de la violencia gratuita, sin explicación, la que esperamos de la familia Manson, la atribuida a Tarantino como una especie de condena cuyos detractores gustan de imponerle, la violencia alienizante de la guerra de Vietnam. Todo en un solo recorte, un breve flash, cierta sensación en el estómago. El pelo de Polanski, imperturbable e infantil, el pelo de Tate liberándose del pañuelo para volar libre y natural.



Como muchos críticos han mencionado, Tarantino utiliza la técnica de los espejos, del cine dentro del cine, el de tipo estructural (el cual también se abre un hueco importante en los 70), pero llevándolo al extremo, como las muñecas rusas. Marvin (Al Pacino) ejerce de representante de viejas glorias, su papel de siempre: Pacino el perdedor, trapicheando gracias a su labia seductora para sobrevivir. En su guión llega el momento en que alaba la actuación de Rick contra un grupo de nazis (mención de Quentin a su propia filmografía, por “Malditos bastardos”, cambiando a Pitt por di Caprio). Al Pacino hace un gesto que me deja clavada en la butaca: ametralla a los enemigos del mismo modo en que lo hará el joven Pacino del futuro en la brutal “El precio del poder” de Brian de Palma (1983). Ver al viejo hacer del joven como si fuera algo que quisiera volver a vivir es la sinopsis de toda la película.



La escena a la que todos se refieren sobre el asunto del espejo es la de Sharon Tate mirando en el cine su propia película. El plano de Margot Robbie interpretando a una Sharon que se ve a sí misma (la de verdad) en una comedia es una delicia. Y verla emocionarse ante la reacción del público como si fuera el final de “Cinema Paradiso” lo es aún más. La recuperación de los besos perdidos hace de puente a un universo alternativo, igual que Sharon en el instante de desdoblarse entre la real y la imaginaria como si tuvieran vidas paralelas, sólo que la real es la de la pantalla en toda su crudeza histórica, y la ficticia y edulcorada aquella con la que estaremos el resto del camino.



Ya que el largometraje está cuajado de momentos cumbre, he seleccionado algunos del tramo medio antes de acometer el esperado final y son los siguientes:
1). Cuando Rick se amenaza de muerte a sí mismo.

2). Cuando la autoestima del actor depende de la crítica de una niña de ocho años 8hay quien la relaciona con Jodie Foster).



3). Cuando Brad Pitt vuelve a hacer del playboy de Thelma y Louise mientras arregla una escena (a recordar determinado anuncio de Coca-Cola Light).



4). La descarada referencia al juicio de Polanski cuando Cliff se asegura una y otra vez de la edad de Kitty Kat y dice que no quiere acabar en la cárcel por ella.



5). La escena del “posible” asesinato de la exmujer de Cliff. En un recuerdo que aparece en la mente del especialista se muestra a una mujer irascible, insoportable, tumbada en la hamaca de un yate, al fondo de la composición, y el brazo de Cliff en primer plano sujetando el arpón. “Vemos” el pensamiento de él y anticipamos su reacción, la cámara nos hace estar en su lugar a propósito, y nos hace partícipes del crimen. Damos por sentado que lo va a hacer, es la encarnación de la violencia en el film, y lo vemos como si fuera un hecho inevitable. De hecho, toda la violencia que se da en el film la genera el sonriente de Cliff. Es amable, generoso, paciente, encantador y un completo psicópata. La muerte de la mujer, por otro lado, es sospechosamente parecida a la que padece Natalie Wood en 1981, viajando en un yate y acompañada de su marido, el actor Robert Wagner, el cual continúa siendo el principal sospechoso pero sin llegar a probarlo nunca.



6). El rancho Spahn, lugar donde se rodaron tanto westerns clásicos, se convierte en el decorado de un western moderno, donde el peligro lo encarna la familia Manson, al estilo de “Los chicos del maíz”. La osadía del héroe acaba en un chiste gracias a la genial interpretación de un anciano Bruce Dern, que no entiende las tribulaciones de Cliff. Él posee las necesidades cubiertas: sexo, siesta y compañía. Su mensaje: déjame en paz, soy viejo pero no tonto.




El baile de Tarantino con el cine experimental se respira en el ritmo irregular del metraje y el hecho indiscutible y novedoso en su filmografía (o no tanto) de que el tema central no lo aporta el guión sino el conjunto de escenas solapadas, un collage en el cual, si lo ves de lejos, aparece el rostro del director.

Pero el colofón, la espita que provoca el largo aplauso de Cannes, es el tramo final. Las expectativas aún siguen intactas en dos pilares fundamentales: Sharon Tate y la Familia. En el día D Tarantino narra los hechos en forma de crónica, añadiendo la hora de cada suceso como si ya lo estuviera recreando delante de un tribunal, aumentando la tensión en la grada, al no saber cómo acabarán juntándose las tramas argumentales. Entonces, mientras todo parece centrarse en una narración detectivesca, objetiva, impersonal, se hace de noche y el director enciende las luces de la ciudad. Así que nos detiene a contemplar la belleza y no anticiparnos a lo que está por llegar. Párate y olvídate de darle sentido a las cosas, fíjate en lo que vale la pena recordar. Todavía más: justo antes del desmadre sale un tipo en la televisión diciendo “Y ahora llega lo que todos andaban esperando”. El mensaje va para el público del cine.




Cuando llega Rick con su mujer italiana al aeropuerto se ve al fondo una pared similar al del inicio de “Jackie Brown”. Y esta escena es, a su vez, un calco del inicio de “El graduado” de Mike Nichols (1969), otro film revulsivo de la época. Por si no nos habíamos percatado, en otro lugar sueña la canción principal de la película, “Mrs. Robinson”.



La noche del ataque, el golpe de efecto se realiza nuevamente usando la técnica del espejo. Cliff ha tomado ácido y tiene visiones. Cuando los fieles de Manson entran en casa de Rick, Cliff les pregunta risueño: “¿Sois reales?”. Es la misma cosa que se está preguntando el espectador porque ¡se han equivocado de casa! No pueden estar ahí. Yo he venido a ver cómo esta gente se carga a los habitantes de la mansión Polanski. Pero son reales, está pasando, y la fantasía violenta que hizo famoso a Tarantino aparece por primera y última vez en escena. La explicación posterior a la policía es tan cómica como sublime. El “lost in translation” de la italiana y sus ragazzas y la frase de Cliff, que recuerdo a medias, pero era más o menos ésta: “Dijo que era el diablo y que iba a hacer la pollada del diablo o yo que sé qué ostias ha dicho”. Para rematar, el lanzallamas para acabar con una desatada y casi inmortal chica recién sacada del pozo de “The ring”.
Sin embargo, lo mejor es el encuentro feliz entre los vecinos en un tiempo que nunca ocurrió, en una galaxia muy, muy lejana, (1977) mientras la cámara se aleja de ellos y de una época que nunca volverá.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Huellas recientes




Adjunto otros poemas que escribí el verano pasado. La fotografía es de Monia Merlo, a través de Cultura Inquieta.



POR LA VENTANA

Hoy he visto pájaros dentro del sol
Azules ribetes entre palmeras
Niños escalando paredes a contraluz
Gatos alados, flores calientes
Tripas de periódico
En lenta descomposición.
Han rebotado en mis ojos sin eco.
Los he devuelto secos, fríos, roncos
Desnudos de pensamiento.

¿Saben ellos que ya no viven en mí?


TIEMPO DE ORDENAR

Frascos atrapados en la despensa
No hay tiempo de ordenar.
Un leve cambio, un parpadeo,
un aleteo del mirar
quedó en suspenso y fue tarde.
Tarde, tarde, lento, suave
Suave cae el azúcar del estante
Lento el espejo gira al compás
Los muebles bailan, pizpiretos,
Un fandango, y tranquilo, tranquilo,
El desorden se precipita
Alegre, voluminoso, descarado,
Tomándose su tiempo
Robándolo sin preguntar.


DESEO NOCTURNO

Rómpete el cuello
Extrae la cabeza
Ponla sobre mis manos
Y yo le sacaré los ojos
Te los regalo, guárdalos para otro
Colocaré en cada cuenca
Un beso de buenas noches
Y una luna dormida.
En la oscuridad
El cielo no llora
Las nubes invisibles
Aparecen ante el sol
Del nuevo día.


ARREGLOS NATURALES

Hacía tiempo que no me tumbaba al sol,
no es costumbre de gente ocupada.
No escuchar un solo grito
parecía delito susceptible de tortura,
cómo robarle al tiempo
una paz a contracorriente.
La hierba se mezclaba conmigo
sin pedir referencias
con la naturalidad de lo eterno conocido.
Crujía seca la zarzamora
por el tránsito de pequeños monstruos
sobre mis carreteras de carne y hueso
recogiendo melaza, espliego y hierbabuena,
restos de polen, musgo, esporas flotantes.
Oscuras nubes aladas
succión múltiple, milimétrica.
Una libélula por cada lágrima,
un trompetero por cada herida,
un ruiseñor por cada recuerdo.
La naturaleza cumple sus tratados
sin escatimar en bellos recursos.
Lento deambular por los túneles del cuerpo
en busca del último espectáculo.
Un eco, una mínima resistencia,
calor desprendido de una mueca.
Si la vida no era más que un vestido
roto por el dobladillo,
la muerte esa larva que se colaba,
cosquillera, por el agujero.
Y el sol vestía de luto dorado
sin abandonar la casa de los vientos.
Algo se oía al cerrar los ojos:
La reverberación de un pasado nómada
en las profundidades de la tierra.


LIBROS VOLADORES

Sal, vamos, niña, muévete y sal.
No me sales que me seco, papá.
Tira los pazos de Ulloa, quema a Espronceda.
Vandálico, hereje, ¿qué blasfemas?
Hazte silvestre, llénate de caminos.
Cae el pedrisco en tus ojos, papá,
déjame peinarte los recuerdos, hoy saben
a plumines, regalices y sotanas.
¿Era una serpiente el signo de interrogación?
¿Un fruncido paréntesis tu sonrisa?
Recuerdo, y no te enfades,
no es por cambiar de tema,
cuando sumabas de cinco en cinco
mis dedos montados tuyos
tus dedos montados míos
tortuosas uñas valkirias
que invaden los cimientos, papá.
Somos irracionales, nada nos pertenece
ni un solo verbo ni setenta primaveras,
¿quién inventó el cálculo, los sumerios?
Nena, aquel trueno sobre nuestras cabezas
es más valioso que este sofá,
hay un Ladón en la biblioteca
que alimenté con bellos poemas,
canciones de cartón, fósiles opalescentes
tu mirada oscura en mis gafas
en las tuyas mi aliento, mi deseo
de verte con oxígeno en el cuerpo,
y sangre en todos tus proyectos,
no te hagas más vieja que yo.
Papá, no hay en tu voz de marinero
ningún butrón ni falsa alarma
y te tomo muy en serio, pero mira,
¿te fijaste en mis ojos aquí, sobre tu hombro?
Se han sumergido en viejas leyendas,
lecciones de sintaxis y contraculturas,
partidas de naipes, entre dolores anda el juego,
guitarras blancas de tiza, evaluaciones y tratados
de lenguas vivas, muertas, zombies, proscritas,
de tantas clases impartidas y yo contigo,
sin tocar el suelo, al lado de alumnos y no molinos,
tu mini yo royendo pipas sobre el pupitre
o sobre Góngora escupiendo a Quevedo
y ellos a lo suyo y tú muy serio y yo me reía
del dorado siglo y sus poetas troposféricos
vivos todavía para seguir insultándose
al inicio de cada curso sin darse cuenta
de que ya te has jubilado y se quedaron mudos,
de tanta bronca, en un estante.
Cabeza de humo, no me retes otra vez
a zafarrancho de combate
por decirte que es un poco tarde
para ser gaviotas o estelas en el mar,
yo aspiro a tordo comepoco y vuelabajo
que devora tu terraza de letras bajo el cielo raso
nuestra compartida y deliciosa aurora de papel.


GATITO PELIRROJO

No me hieres, gatito.
Tu colmillo en la arteria,
Muerde, bebe, cólmate.
Hoy me han escrito
En una agenda de piel
Que no sienta lo inútil.
Claro, entonces una piensa
Que inútil son muchas cosas
Y todo lo sentido por ellas
No sirve, tampoco.
Inútil es el pasado, la mentira,
La insubordinación.
Ese pequeño molusco
Que escondes bajo tus garras
La soledad y el mal tiempo
Los billetes a ninguna parte
Volar en círculos, añorar,
Comer arena, querer ser libre,
Dormir de día, trasnochar
Todos los búhos, inútiles
Todos los buitres, inútiles
Todos los trenes, inútiles
Mi sangre es útil para pintar
Para pintar tu bigote, no huyas
Con la brocha de tu cola rayada


Huellas rojas sobre el parqué
¿lo notará alguien al entrar?
Dejemos que entren hacia atrás
Y creerán que las huellas
Aparecen al caminar,
Dime, pues, qué resulta útil
En un universo inútil
Nanosegundos de silencio
Escondidos en el teléfono
Neuronas hibernando
Tras la última nevada
¿Es útil el tiempo?
¿Es útil la mente?
¿Comer jalapeños,
Viajar en monopatín?
Madrugar sin haber dormido
Dormir para trasnochar después
No importa, no vale.
No huele el monóxido de carbono.
No piensa la cabeza guillotinada.
No siente lo inútil la ceniza,
El cemento, los cipreses.
La vida es sueño, y el sueño
Es un  mendigo, el mendigo,
Un deseo, y el deseo
Un futuro, el futuro
Un futuro pasado
Y el pasado, tan inútil,
Arrugado se quema lentamente
En tu boca de fiera salvaje.


No temas, gatito, sé bueno,
Sé tú mismo, cázame pronto
Ahora que estamos solos
Tú eres tan útil para mí
Que voy a apuntarte
En la agenda de mi piel.
Una sima profunda
Un río de aguas ferruginosas
Y tú saltando por encima
Vestido con mi cuerpo
A tientas escapas por la ventana.
Ya eres una canica roja
Un punto de luz filosa
Una aguja que pasa por las estrellas
Y borda un nombre, una voz,
Unos ojos quasi planetarios
Sonrisas atrapadas en una nebulosa.
Has cosido mi pasado
muy adentro en tu universo
pero dime si te acuerdas
¿eres tú quien eras
o eres yo que ya no soy?
No maúlles, no siento nada
todo era demasiado inútil.



EL GEMIDO

¿Has oído eso, como un gemido?
Puede ser el niño en su habitación
Es él, no hay duda, es eso él, ¿verdad?
Indefenso y aletargado, una bolita de miedo
Tan lejos ahora, tan lejos
Pero ten cuidado no vaya a ser
Cualquier otra presa en la jungla nocturna
Más allá de la autopista, un dragón
Una alcantarilla bulliciosa
El teléfono descolgado del puente rojo
Gritos de un borracho y medio
Medio farola, medio vómito
Medio loco, medio ratón
El ronquido del camión de la basura
Sorbiendo
royendo
moliendo, maloliendo
me ha parecido, sí, que tragaba
se come nuestra mitad
se come el tiempo
tiene el tiempo nocturno
forma de cáscara de huevo
de fruta podrida, pañales infectos
segundos atrizados
chorrean las huellas del pasado
no hay contáiner que las contenga
son las migas de pan en la acera
esos fallos del minutero
siempre retardando, retardando
pero se va el día de ayer
sobre ocho ruedas y se olvida
de dejarnos en silencio, hay algo más
coloca la persiana sobre el oído
sí, algo diferente, atiende, tiéndete
vertical sobre la pared de papel pinocho
el hipo de un coche de policía
y el perseguido, ¿ladrón o asesino?
Que respira hondo, aprieta el paso, aprieta el fardo
Y el corazón
El corazón late a presión
Un paso más, un minuto menos
Un poco de aire fresco, contra la pared
¿a qué sabe el último soplo de libertad?
Manos arriba, a prisión
Esa última mirada al horizonte huele
A llaves, grilletes, papeleo
Sangre en el labio
Lo tenemos
Es nuestro
Ese fardo
No es tuyo
Según lo que haya dentro
Él nos posee también
Todo depende
¿de qué depende mi condena?
De que fueras andando
Si hubieras ido en coche, tal vez en avión
Tal vez, depende, es complicado
Si tú estás abajo y nosotros arriba
O tú arriba y nosotros abajo
Esa chaqueta lo dice todo
Te complicaste la vida
Nos complicaste el trabajo
Todo, todo tan confuso
¿No será aquel sonido un chasquear de lenguas?
Un no dar con él, un lo hemos perdido
Otro criminal sin condecoraciones en la calle
Sin foto en blanco y negro
Sin documental con nombre propio
Un maldecir y destrozar a puntapiés el guardabarros
Vamos, a la central
Pulular a tientas la oscuridad
Entonces será, ¿qué será?
Rodar de las aves en sus nidos de plástico
En la cornisa, a veinte metros del suelo
Picos cerrados al fin
¿con qué sueñan los pájaros?
Con alturas de escándalo
Cometas de color, suspiros de niebla
O quizá me equivoque, o no, o tú qué piensas
Una cañería desabotonada que chorrea
Insultos, bofetones, contrarréplicas
Quizá la lluvia cuando está por caer
Y envía saludos en forma de viento
El viento canta sus acordes muy fino,
Elevado, con voz de cristal
Mientras su público, despavorido,
Abandona la ópera
Se esconde entre las butacas
O finge estar interesado mientras busca
Con disimulo en el bolso un paraguas
Compradlo, rápido, que no os moje
Demasiado, está claro, son pasos,
Son portales que se cierran
Coches que derrapan sobre el asfalto
Está empapado, el asfalto,
Es un río, una charca, un glaciar
Es un ente vivo que crece al beber
Después de medianoche
Y remueve su contenido
Como las paredes del estómago
Creo que he oído del niño
Un lamento en la habitación
Ahora es mi estómago
Que se remueve
Pliego la noche y la dejo
En la mesilla, no la toques
No la enciendas
No importa ya nada
No recuerdo qué escuché
Si fue un disparo, una explosión
Una pelea o un incendio en la cocina
Es el niño que me pide
Que no pase nada
Quiere sólo una noche calmada
Y en compañía.


LA SOPA

La sopa se desborda
Justo hoy que ya no queda
Se derrama deliciosa por la encimera
Se disipa, fundida,
Se vuelca a sí misma
bulle lánguida como una lengua
no la piséis, que le duele
si no alcanza su destino
en el azulejo más bajo del piso
habrá perdido para siempre
la oportunidad de realizarse
en el casi hueco
cristalino charco de sal.


EL OCÉANO DENTRO DE UN FAROLILLO

I

Océano a través, desnuda de palabras,
Me precipito dejando mil dudas
Temblorosas, grisáceas y arrugadas
En las orillas del delta, buscando
Nuevo huésped, que no atraparán
En los verdes campos de arroz.

La fauna salvaje no se pregunta,
Tampoco las plantas, el cielo,
La arena del mar. Dudas a merced del viento
Y al tiempo que dragan el río,
Yo me vuelvo agua, con el azul marino
A cuestas,
Y me dejo llevar, cantarina,
Por la corriente.

Sigo viva en forma de holograma o imagen sin editar,
Por si alguien pregunta,
Sabiéndome un recuerdo arrastrado hacia el olvido
En la playa de las conchas vacías
Y los naufragios ignotos.

Me confundo con los bancos de peces cirujano
Que duermen mientras bailan,
Bailan mientras comen,
Comen y producen círculos azules,
Beben círculos púrpuras,
Ofrecen al fondo abisal señales de guerra,
Pero yo no busco complicaciones.

Pareciera que alguien nos dijo tantas cosas
Allá en la superficie, a lo seco,
                ¿o eran avisos?
                               ¿chismorreos?
Eso fue hace tiempo, lejos, muy lejos del mar y quería venir aquí,
Y me he liberado, pero…liberarse…¿por cuánto tiempo?

II

No escuchábamos por aquel entonces, enrollados, embalados
Y dispuestos a enviarnos el uno al otro.
En la calle cantaban los pájaros a cuatro tiempos
Y veíamos las montañas enrojecer
Sobre la cima donde nos encontraban colgados de una esquirla
Cuando el autobús ponía rumbo a las estrellas
Y no había parada última pero ya se sabe,
El olvido las destruye también a ellas,
Las montañas, afiladas lanzas de cobre
Con destino al fondo del mar.

Hay quien infligirá unos pellizcos de sentido común con una sonrisa
Y te mirará de arriba abajo al girarte.
Ya me sabía la lección del Sentido Común,
La dimos en clase.
Imaginad que el sentido común es un río,
Y no me digáis que no es posible
Y por qué no elegimos un animal, una casa,
Un deporte.
La cara de mi señorita bastaba.
Aquella maestra surgía todas las mañanas de la tarima
Como un dios encarnado y poseía las divinas tablas
Del conocimiento, una en cada mano,
La de letras, la de ciencias.
Nada fuera de control.
Lo sabía todo o lo fingía. Nosotros jamás.

III

Y volviendo al río, es importante saber:
1       En el río del Sentido Común todos nos bañamos.

2       Si baja rápido, has de seguirle el ritmo sin cometer errores
O acabaras sin trabajo, sin pareja, sin hijos,
Serás el ayer, con la serpiente enrollada el cuello
Y te verás como un escarabajo
Haciendo su ronda de alcantarilla.
Sorbe, engulle, disfruta, un poco más,
Prueba todos los sabores…cheers!

3      Otras veces, el río se estancará y exploraremos
Nuevos territorios, y no sabremos
Si volveremos o no.
Un harakiri, malaria, siniestro de avión,
El amor de tu vida, un hogar con jardín
Para ver cómo lo derrumban, materiales
De muy baja calidad
Por un sismo, un volcán, un ataque terrorista.
Niños tomando el sol, ayudar a uno, un euro al día.
Mejor un proyecto para imaginar lo imposible.
Trabajar en grupo, no desfallecer, hay una cámara,
Ser fraternales en la escuela y trolls al saltar la verja.

En un viaje le dije al gigantesco y doradísimo Buda
Lo siguiente:
            Si el río está seco, camino por la orilla.
            Si el río va muy rápido, me ahoga.
                        Si se estanca, me embarro y no avanzo.
                       Si discurre lento, saboreo los pequeños placeres, pero tengo tiempo
          De preguntarme
                   Qué hago
              Bañándome
                     Los pies
                            A diario
Y Buda se acercó enfadado,
Desenrollando las piernas
Como un transformer
Y me atreví a escucharle,
Sabiendo que tenía un pai-pai de oro
En la mano derecha.

-       Ten cuidado y reflexiona tus palabras como si se fueran a cumplir.

Cuando el Ganges se secó aquel año
Cogí una maleta y regresé a casa.




IV

Mientras tanto, ya en casa,
Los pájaros huyen si me acerco demasiado.
Me alcanza, malherida, la cola de una avioneta
Que recorta distancia y parece ligera
Pero me aparto, salgo a la terraza,
Tengo el teléfono a mano, por si cae,
Por si puedo llamar a urgencias
Mientras capto la foto,
Exclusiva del National Geographic,
Torcida y borrosa, más auténtica.
Mira cómo se tambalea, lo sabía,
Las avionetas tienden a chocar,
Como los pájaros de gran envergadura,
Las avionetas, tan emocionales en el cine,
No saben que sus pasajeros
Dormitaron
Vomitaron
Escribieron nombres propios
Bajo los asientos y escupieron
¡pegaron un chicle rosado!
¡un cristal de recuerdo!
Es importante leer cuidadosamente el mensaje
Que nos envía su estela
De humo blanco roto con forma de botella
Nunca lo consigo porque se me da mejor
El negro-gris color cielo.
La traducción de gases debería ser
Materia obligatoria en las escuelas.

V

Ya partieron los aviones
Y las montañas
Y las estrellas
Y todo aquello que era infinito.
Ahora la concreción me mata despacio.
Podría definirme como el espejo en lo oscuro,
La mancha perdida del sol.

Cuando la luna presume de luminosidad,
Borra mis huellas, empalidece, se vuelve joven,
Taconea mostrando zapatos planos,
Se viste de negro y blanco, jubilosa,
Se viste de Audrey Hepburn, pero no fuma,
Sólo sabe descansar en el mar
Posando para algún pintor minimalista.
Como la luna, soy una redonda pizarra
El hueco entre dos paredes de hielo
He dicho tantas veces aquí mismo,
Cenando violines color cereza y miel,
Que no me hieren los rumores
Para acercarme a ti, para tocarte,
Y arrastrar conmigo el mundo plano
Llevándomelo quejoso y vocinglero
Revoltoso, animal, mal adherido
A una punta del vestido
Por si me arrepiento después.

Escucha la noche por encima
Del susurro fantasmal de las lechuzas,
El agudo xilófono del grillo,
El serrucho de las ranas.
Sólo la pausada descomposición
De la tierra, el sigilo de los depredadores,
La vigilia de las presas, los suspiros
De cuanto hiberna
Y toda esa quietud
De fondo
Es el cosmos hablándote al oído.
No importa dónde estés, cómo te encuentres,
Cuál es tu ciudad, o tus deseos,
Si te hiciste viejo, o has acabado de nacer.
No importa si sabes escuchar la verdad
Palpitando en la bóveda desierta.
Es un no rotundo, un desbrozar ruidos,
Separar capas de Photoshop.

VI

La noche enciende manadas de faroles
Y una luz etérea, sobre las torres eléctricas,
Parece tener compañía entre cigarras
Y mariposas
Luciérnagas que la disputan
Y murciélagos que se las comen.

No le importa al farolillo ser luz
Y no cuerpo, cuerpo de luz.
Es un objeto del  que aprender
Del que ciego sales aun cuando despiertas
Y alguien te ofrece unas gotas de colirio,
Pues la luz ha penetrado tus párpados,
Los inunda de color. Un hecho irreversible.

En el suelo ni un cadáver de mosca,
Todos allá arriba perecen y oscurecen el cristal
Como una piruleta de naranja y cola.
El farolillo no siente nostalgia, no recuerda ni recuenta,
No sabe de fallecidos, grados luminosos,
Facturas municipales.

Sólo se enfada cuando lo rompen y no funciona.
Le sigo, me enseña, y pegada al gélido palo
Miro hacia arriba y se ha hecho de día.
Tampoco se despide la luz, he de aprender
Cómo consigue tener ese cuerpo sin nostalgia,
Qué dieta milagrosa, qué malabarismo esteticista
Le permite extraer la tristeza e irradiarla en los demás.

Se me acaba de ocurrir, rápido, que no me alcance
La muerte en el océano,
En el cielo blanco-gris de negro azul,
En el farol bajo la avioneta bajo las estrellas.
He de recordar, he de repetir, y por tanto,
Escribo en el dorso de una mano,
Por fortuna tengo cuatro hojas,
que mi próximo objetivo
será descubrir sin falta y por primera vez
cómo son las despedidas para los cipreses
en el soporífero cementerio.
¿Sabrán a silicio de Silicon Valley?
¿Tendrán los esqueletos mucho más pelo que antes?
¿Cabrán éstos en el nicho si va aumentando
La estatura media?
¿Se preocuparán todavía las arboredas
De mantener el silencio?
¿O la rectitud en el comportamiento?
¿Será que no tienen utilidad alguna
Y por eso viven entre los muertos?
Los pobres cipreses no se libran
De las obligaciones. Ni aún lloviendo piñas.

LA POKEVOLUCIÓN DE QUENTIN

ÉRASE UNA VEZ…TARANTINO Como cualquier fan de Tarantino, fui a disfrutar de su última creación sin la necesidad de buscar algo definit...